Había llegado el gran día con el que Galio siempre había
soñado. Como era costumbre en la provincia, aquel combatiente que llegara a las cien victorias sería liberado de su condición de esclavo.
Un tabulario llevaba el registro de combates de los
gladiadores. Como era de esperar, muy pocos conseguían el codiciado premio. La
mayoría morían en combate o a causa de las heridas que les provocaban. Sin
embargo, la determinación de Galio le valió alcanzar su nonagésimo novena
victoria.
La propia organización de los juegos no se lo puso fácil:
combates con fieras salvajes, rivales sanguinarios, su particular lucha contra
la fatiga y un sinfín de adversidades.
Su entrega le hacía valedor del Gran Doblón de Oro, un
premio que le era concedido solo a los más populares guerreros. El propio
cónsul se desplazó hasta el Coliseo para contemplar la posible hazaña.
Esta vez fue un combate limpio, sin trampa que pudiera
perjudicar la imagen del cónsul, debido a la enorme repercusión mediática del
combate.
Frente a Galio, un rival doblemente motivado: su victoria
también supondría la liberación.
Allí estaban los dos: Galio frente a Tulio, ambos con una
armadura básica y el eterno Gladius.
La multitud clamaba por Galio.
En el desigual combate contra el miedo a la muerte, solo
quedó el más valeroso de los dos, el que creyó en sí mismo y en su salvación.
Ese fué Galio.
Como última petición, ante el desarmado y malherido rival,
pidió a los patricios que no lo ejecutaran.
Tampoco quiso aceptar premio más que el necesario. Ya tenía
lo que quería, ¡era libre!
Con el transcurso del tiempo, después de todo lo que había
pasado, cayó en la cuenta de que su libertad estaba comprometida. Un hombre
libre no realizaba tareas muy distintas a las de un esclavo. La desdicha que le
provocaba y el desarraigo eran tales que Galio, finalmente, partió solo en
busca de un destino mejor.
Probablemente su alma buscara encontrarse con la razón, para
así poder despertar la conciencia de los esclavos del mundo. Solo la llave del
conocimiento podría abrir las cadenas de los hombres.
Y a esa empresa dedicaría el resto de su vida. Había llegado
el gran día con el que Galio siempre había soñado.
***FIN***